Federico Reyes Heroles
Miedo
Miedo es la palabra. Todo comenzó como una mera especulación temerosa: te imaginas si AMLO llegara a la Presidencia. Pero claro, el asunto era remoto. Faltaban varios años. Aunque en las encuestas AMLO aparecía puntero, la diana del blanco estaba todavía muy distante. Pero aquel temor inicial, sobre todo en círculos empresariales, fue en mucho una reacción ideológica, como un acto reflejo de la derecha para quien un hombre de izquierda siempre será un peligro potencial. No había mucho más. Incluso en ese ámbito AMLO tenía simpatizantes. Quizá precisamente lo que el país requiere, decían, sea una persona que no pueda ser acusada de vende patrias o de neoliberal y que encare la debilidad fiscal del país, la necesidad de capitalizar la industria eléctrica y la petrolera, alguien que afronte con realismo el financiamiento de las pensiones. La decepción foxista y Lula merodeaban. Hoy quedan ya muy pocos convencidos de esa alternativa. El miedo también ya los tocó.
Pero el resquemor inicial a un hombre de izquierda tiene muy poco que ver con lo que hoy se expresa. Que sea de izquierda es lo de menos. López Obrador provoca miedo porque ven en él a alguien que siempre tiene la habilidad para situarse por encima de la ley. No es que vaya a resucitar viejas ideas estatistas o socializantes, los mercados ejercerían su conocido castigo. El miedo a AMLO es político: parecería que su habilidad es tal que escapa a cualquier amarre legal que se le interponga. ¿Cómo se creó un ser así? Hay muchos responsables. López Obrador, recuerdan, tuvo múltiples denuncias por actos violentos en Tabasco. Y sin embargo fue el gobierno priista el que desmontó todas las acciones jurídicas que se enfilaban en su contra. Cuentan algunos testigos que fue el propio Cuauhtémoc Cárdenas el que se lo solicitó a Ernesto Zedillo. Mal para la legalidad. Viene después el cuestionamiento sobre su residencia para ser candidato en el Distrito Federal y, de nuevo, con argucias legales bastante poco claras, se le permitió allanar ese escollo. AMLO sale victorioso y la ley pisoteada. Huelga decir que en ambos casos corrió la amenaza de que si se apresaba a AMLO, por el asunto de Tabasco, o si se bloqueaba su candidatura el país ardería. Que nadie se llame a engaño, lo que hoy estamos viviendo, la amenaza de inestabilidad, es un arma que ya usó. Se doblegó al Estado y se dio una victoria perversa.
Como jefe de Gobierno los incidentes de confrontación legal de AMLO continuaron. Baste recordar el burdo manejo de la Asamblea Legislativa en asuntos como las instituciones de asistencia privada o la ley local de transparencia para demostrar que, como el mejor dictador, AMLO ha hecho con las leyes lo que ha querido. Llega después el macroescándalo de los videos y de la corrupción dentro de su equipo. AMLO se refugia en la teoría de la conjura, del complot, de su total desconocimiento y, de nuevo, queda intocado. ¿Cómo le hizo? Es, sin duda, un prestidigitador fantástico. Pasan las semanas, los meses y a pesar del terrible espectáculo de corrupción, ¡AMLO recupera popularidad! Su versión entró a pesar de la curiosa justicia que fue aplicada. El secretario de Finanzas, al que se le comprobaron los desvíos, pieza clave en la investigación, simplemente se les fue de las manos. El que dio el dinero, por cierto muy su dinero, Ahumada, preso. Los que recibieron los dineros, libres y, en el caso de Bejarano, actuante ostentoso en la política perredista local. Y, lo mejor de todo, AMLO en plena campaña como víctima de una conjura del "innombrable". La manipulación operó.
En ésas estamos cuando se viene el asunto del desafuero. El discurso polarizante entre pobres y ricos que AMLO ha sembrado en todas partes es el marco de referencia. De nuevo la tesis es la conjura y la idea de que los ricos y poderosos quieren impedir que un proyecto "alternativo de nación" llegue al poder. Suena bien, pero en los hechos ocurre que ni AMLO ni sus espadachines interpusieron a tiempo los recursos que tuvieron a la mano. Dejaron pasar el tiempo, seguramente convencidos de que, como en el pasado, la ley no los tocaría. AMLO, en lugar de renunciar o pedir licencia y abocarse a su defensa jurídica en los 15 meses que le quedan, organiza una marcha para presentar los 20 puntos con los cuales dice gobernaría al país. El escapista, en una de sus mejores actuaciones, ha sido capaz de plantear un abierto chantaje nada menos que a la República misma. Si me impiden ser candidato más vale que se preparen. Por miedo muchos dicen, mejor que se arreglen porque va a arder la pradera.
El miedo hacia AMLO hoy proviene de su capacidad para sortear la ley con apoyo: unos lo apoyan por simpatía y manipulación, otros por miedo. Allí el círculo perverso: entre más se amenaza, más se cede. Sabemos cuándo y cómo llegaría al poder, dicen, pero no cuándo lo dejaría. Muchos se preguntan si ciudadanía e instituciones están preparadas para un escapista de esta calidad. No es un dictador en potencia, afirman, sino en ejercicio. ¡Lo peor de todo es que el asunto lo presentan como un avance de la democracia!
Eso es lo que en estos días se juega la República. Si AMLO se sale una vez más con la suya y las ofensas al Poder Judicial no tienen consecuencias, se estará sentando un precedente nefasto: popularidad mata ley; amenazas matan ley. Por ese "caminito" podríamos imaginar los riesgos de un Presidente que utilice su gran poder, un discurso maniqueo de pobres contra ricos a través de los medios, por ejemplo, para ir saltando los obstáculos que la ley le presente. La reelección por ejemplo. Allí está el miedo a AMLO y es justificado.
Si por cálculos políticos del priismo, si por miedo a las movilizaciones como arma del chantaje en contra de la República, no se procede a agotar todo el proceso que la ley establece para estas situaciones, quedará la duda de una nueva y turbia transacción. Si AMLO quiere ser candidato debe llegar sin mácula, respetando a la ley y a las instituciones. El más reciente episodio de su desprecio al orden jurídico ocurrió hace apenas unos días cuando el jefe de Gobierno se burló nada menos que de la Suprema Corte por haberse pronunciado en contra de la impugnación de asambleístas del PRD: "eso no tiene que ver con el estado de derecho sino con el estado de chueco". Se mofó de la máxima instancia de administración de justicia. ¿Qué es esto? ¿Qué esperar? ¿Qué decir de un país en el cual el escapismo es aceptado por ciudadanos amedrentados? No será que, por posponer un conflicto, estamos inyectando a la sociedad mexicana un veneno -la ilegalidad triunfante- que difícilmente vamos a poder controlar. Ese es el origen del miedo alrededor de AMLO, su ambición y afán de poder no aceptan límites, ni siquiera el de la Suprema Corte. Ese ánimo sí corresponde al de un dictador.